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sábado, 27 de abril de 2019

Ambrose Bierce

Ambrose Bierce

Ambrose Bierce


Biografía


Ambrose Gwinett Bierce nació en una cabaña en el condado de Meigs, Ohio, el 24 de Junio de 1842 y creció en el condado de Kosciusko, Indiana. Fue el décimo de doce hijos. Sus padres, Marcus Aurelius y Laura Sherwood Bierce, granjeros de profunda fe calvinista, les dieron a todos ellos nombres que empezaban con la letra «A»: Amos, Andrew, Augustus, Ambrose... Mientras que Marcus Aurelius, agricultor sin fortuna, adolecía de un carácter extravagante y apático, prefiriendo pasar el tiempo en la lectura bíblica y de Lord Byron, fue la madre, mujer temperamental y dominante, quien se encargó de sustentar a toda la familia.
En aquel ambiente puritano lleno de represiones y prejuicios, casi todos los hermanos adquirieron un carácter difícil y sinuoso. De este menoscabo no se libró Ambrose, en quien se fue fraguando hacia su propia familia un odio visceral del cual, por razones que desconocemos, sólo libró a su hermano Albert. Durante estos años de formación, otro de los hermanos, en rebelión contra aquel autoritarismo doméstico, se fugó de casa para acabar como actor y forzudo de feria, mientras que una hermana acabó sus días devorada por caníbales en África, a donde había huido para ejercer de misionera.
En 1871 se casó con la bella Mary Ellen (Molly) Day, con la que tuvo tres hijos: Day, Leigh y Helen. A pesar de la fama y fortuna que persiguieron al escritor durante sus años de matrimonio, éstos no aportarían al escritor demasiados momentos felices: en 1888 se separó tras descubrir unas cartas comprometedoras de un admirador a su esposa. En 1904 obtuvo el divorcio. 
Bierce sobrevivió a sus hijos varones: uno fallecería en una pelea, y alcoholizado el otro. Él mismo estuvo enfermo toda su vida, a consecuencia del asma y de las secuelas de sus heridas de guerra.
Desde 1872 hasta 1875 vivió con Mary Ellen en Londres, donde escribió. De vuelta a Estados Unidos, se estableció de nuevo en San Francisco, donde se convirtió en columnista y editor del San Francisco Examiner, propiedad de William Randolph Hearst. Convertido ya en el escritor más célebre de la costa occidental, en 1889 se trasladó a Washington D.C., pero continuó su relación con los diarios de Hearst hasta 1906.

La Desaparición de Ambrose Bierce

Un día de 1913 Ambrose Bierce cruzó la frontera con México. Al parecer, tenía dos mil dólares en oro y unas credenciales que le permitían cruzar el territorio de los constitucionalistas. Dejó un equipaje en Laredo, pero jamás se ha encontrado. Escribió dos cartas desde Chihuahua; una fechada el día de Nochebuena de 1913, y la otra dos días más tarde. Poco más se sabe. Los motivos personales que le impulsaron a emprender esta especie de aventura sin retorno y las circunstancias en que se produjo su desaparición están condenadas a ser meras conjeturas.
Hace unos años, el escritor mexicano Carlos Fuentes tramó una sugestiva historia acerca de un «Gringo Viejo» que en su última carta repudia la indignidad de una muerte por enfermedad o accidente y viaja a México atraído por la irresistible fascinación de un paredón mexicano. «¡Ah, ser un gringo en México; eso es mejor que suicidarse!».
La obra de Carlos Fuentes —llevada por fin al territorio no menos misterioso del celuloide— no es, desde luego, la primera que se ha escrito sobre este tema, y se puede afirmar con total seguridad que no será la última. Al igual que la muerte del zar Nicolás, la desaparición de Bierce lleva camino de convertirse en un género literario: Benjamín De Casseres lo sentó en el Café Gambrinus, en México capital, regalándose con un par de copas de brandy. Miriam Storm pone en escena a un viejo soldado camarada de Bierce y presenta un montón de detalles tan triviales como poco convincentes; el propio Carlos Fuentes pone en sus manos un Colt 44 y le hace atravesar limpiamente un reluciente peso de plata; incluso Thomas Burke —un autor aficionado a lo fantástico— ha sugerido una explicación sobrenatural a la misteriosa desaparición. Y la verdad es que en pocas ocasiones la realidad se ha acercado tanto al arte fantástico como en la desaparición y supuesta muerte de Ambrose Bierce. Un viejo gringo de setenta y un años, un anómalo y excéntrico norteamericano que se ha pasado la vida escribiendo relatos sobre desapariciones misteriosas, cruza la frontera, no se sabe por qué, y desaparece tan misteriosamente como uno de sus propios personajes. Es inevitable imaginar que un tipo dotado de un ingenio tan siniestro y corrosivo como Bierce se sintiese tentado a ofrecer —esta vez con su propia muerte— una última y magnífica broma. Tal premeditación supondría calificar su desaparición de obra maestra del «estilo».
La literatura está poblada de hermosos suicidios. Al fin y al cabo, si el asesinato puede ser considerado como una de las bellas artes, con igual motivo ha de serlo el suicidio, que no es ni más ni menos que un asesinato perpetrado en la propia persona. Matar a otro tiene un mérito relativo… Dejarse matar, ser un gringo viejo y provocador en México tiene todos los ingredientes de un acto sublime.
Pero ¿se puede hablar de suicidio en el caso Bierce? ¿Acaso de una magistral lección de osadía? ¿O simplemente, enfermo, desengañado y harto de sus odiosos contemporáneos, emprendió un largo viaje por la costa del Pacífico, bajando siempre hacia el sur, hasta llegar a México, donde la muerte le sorprendería de forma fortuita?
La desaparición de Bierce ha hecho correr ríos de tinta y ha dado lugar a hipótesis que lo sitúan tanto en el bando de Pancho Villa —donde encontraría una muerte heroica en el campo del honor— como en el de Carranza, y de acuerdo con esta última hipótesis habría sido ejecutado sumariamente por un pelotón de fusilamiento de las tropas de Villa. El responsable de la difusión de esta historia fue James H. Wilkins, un famoso periodista de la costa del Pacífico, que fue enviado a México para averiguar detalles sobre la desaparición de Bierce. La historia de Wilkins, aparecida en el Bulletin de San Francisco el 24 de marzo de 1920, tiene su origen en una entrevista con Edmund Melero, editor asociado de la Mexican Review, pues corría el rumor de que Melero había conocido a Bierce en El Paso y que habían estado juntos durante algún tiempo en México. Pero resultó que Melero apenas sabía nada sobre Bierce. Posteriormente —y aquí la historia de Wilkins pierde toda credibilidad— apareció un misterioso personaje, cuyo nombre ni siquiera se cita, enviado —al parecer— por Villa para capturar un tren de municiones que iba a socorrer a las fuerzas de Carranza. Junto a las municiones se hicieron dos prisioneros, que fueron ejecutados sumariamente por un pelotón de fusilamiento. Este suceso habría tenido lugar cerca de Icamoli, en el camino a Monterrey, en 1915. Lo más curioso es que mientras el personaje misterioso contaba la historia a Wilkins una fotografía cayó al suelo. Wilkins afirma que se trataba de Ambrose Bierce. La principal objeción que puede hacerse a esta historia es que parece poco probable que Bierce deambulara durante dos años por México sin que ninguno de los corresponsales norteamericanos detectara su presencia, habida cuenta además de que el gobierno había ordenado una investigación. Por otra parte, ninguno de los allegados al bando de Carranza recuerda la presencia de un tipo como Bierce en el estado mayor de los constitucionalistas.
La historia más famosa sobre la supuesta adhesión de Bierce a las tropas de Pancho Villa se debe al doctor Danziger, un dentista judío con el que Bierce había mantenido durante años acaloradas polémicas acerca de los derechos de una traducción del alemán (se trata de El monje y la hija del verdugo), que el doctor había realizado y que Bierce adaptó y reescribió a su manera. En esta versión se atribuyen a Bierce motivos psicológicos un tanto oscuros, que parecen más bien un producto de la desbocada imaginación del doctor. Danziger sostiene que Bierce sentía envidia del general Harrison Gray Otis, antiguo propietario del Times de Los Ángeles, que había adquirido terrenos en México halagando a Díaz. El motivo de que Bierce viajara a México con la intención de unirse a Villa porque sentía rencor hacia el general Otis parece tan poco probable como fatuo. Pero lo más absurdo de todo es que Villa le había confesado personalmente que Bierce se aficionó al tequila y que se había convertido en un borracho. Sin embargo, Villa no sabía nada sobre la muerte de Bierce o sobre quién lo hubiera matado. Esta historia, que tuvo una gran difusión, fue el resultado de una entrevista de H. Davis con el doctor Danziger, publicada en 1928. Lo más alarmante es que las investigaciones de Danziger tuvieron lugar en 1923… por tanto, para ser tan poco discreto, se guardó el secreto durante cinco años.
Probablemente nunca se llegarán a aclarar las verdaderas circunstancias de la muerte de Ambrose Bierce. Entretanto, y dondequiera que reposen sus restos, valga este epitafio:

Para todos y cada uno de ustedes, la paz que no me perteneció.
AMBROSE BIERCE
Un camino a la luz de la luna


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Bibliografía

Novelas Cortas y Relatos

Antologías



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