Algo en el Cielo - Lee Correy -Leer en el Móvil


 Algo en el Cielo
(Something in the Sky)
Lee Correy


Un artículo que apareció en la revista True, en enero de 1965, aseguraba que al Gemini 1, que iba sin tripulantes, lanzado el 18 de abril de 1964, lo siguieron durante toda una órbita cuatro OVNIS, que giraban en torno suyo. Las Fuerzas Aéreas respondieron: "Los objetos señalados, que también registró la pantalla de radar, se han identificado como las piezas menores que se desprenden al separarse la nave y el cohete. Esta explicación oficial quedó en entredicho cuando un portavoz de la NASA confirmó lo que todos sabían en la industria astronáutica: "En el Gemini 1 no hubo separación entre la nave y el cohete; una y otra entraron en la atmósfera como simple unidad". ¿Se trataba de unos OVNIS curiosos? Quizás. El presente relato es pura ficción; según creo. ¿Se han preguntado qué podría ocurrir si un antimisil del tipo Sprint o Nike-Zeus encontrara a su paso algo que no fuese el blanco lanzado desde la base de Vandenberg, en California?
Algo vigilaba desde el cielo.
Llevaba mucho tiempo allí, de centinela. Sin que lo viesen o lo oyeran, su inteligencia superior había logrado anular todos los sistemas de detección. De vez en cuando, se hacía visible en el cielo, por razones que nadie llegaba a comprender.
Puesto que la invisibilidad lo protegía, era intocable..., hasta que se aplicó una ley universal, que todo lo abarcaba; fue un simple accidente.
¡SE HAN VISTO PLATOS VOLADORES!
Ante la posibilidad de una nueva invasión de platos voladores en las proximidades de Des Moines y de Dallas, un portavoz del Gobierno aumentó la confusión que ya reina en torno a este asunto al negarse a hacer el menor comentario acerca de los extraños objetos que han vuelto a aparecer en el cielo y que millones de personas han visto...
—¿Qué opinas, Pete? —preguntó George Humbolt al tenderle a su jefe el periódico de la mañana—: ¿Esta vez son de verdad?
Pete Renny se puso las gafas y estudió los titulares con la atención que en todo ponía. No leyó más allá de la primera frase.
Como jefe para el Oeste del programa antimisiles Mentor, Pete tenía acceso a los secretos mejor guardados; podía obtener la información más confidencial de cuantas poseyera el Gobierno. Además, lo necesitaba. Parte de su trabajo era saber lo que ocurría en los campos de la aviación militar y de los proyectiles teledirigidos. Ambos estaban tan estrechamente relacionados en lo que respecta a defensa antiaérea que casi no podían separarse.
Le constaba a Pete que en aquel año de 1962 no existía aparato o misil que pudiera maniobrar igual que los platos. También le constaba que el estado de la aeronáutica hacía imposible la existencia de aquellos objetos.
—¡Tonterías! —declaró. Estamos llegando al verano, la temporada tonta, y la gente ve cosas, tal como lo han venido haciendo desde 1946.
—¿Alucinaciones? ¿Por qué no algún invento del que aún no sabemos nada?
—¿Has oído hablar de alguno?
George también tenía acceso a la información confidencial.
—Pues no —replicó éste, tras una pausa—: Pero ¿qué te parece si vinieran, por encima del Polo?
—¿Es que no lees los comunicados de la C.I.A.? —preguntó Pete.
—Sí, los leo —George quedó pensativo y pareció que iba a hablar. Pero se contuvo.
Pete se dio cuenta.
—¿Qué ibas a preguntarme? ¿Si no creía que pudieran ser marcianos o venusinos?
—Sí.
—¡Es ridículo! Vas demasiado al cine, George —le dijo Pete con dureza, al tiempo que se quitaba los lentes y los guardaba en el estuche. Le devolvió el periódico a su ayudante—: ¡Hombrecillos verdes! ¡Visitantes del espacio! ¡Bah! Debías darte cuenta, George, de cuando alguien quiere llamar la atención — se puso de pie, inclinando su alta figura sobre el pupitre—: En verano, el cielo está muy claro. La gente va mucho más al campo. Miran hacia arriba y ven bastantes cosas; jets que vuelan alto, globos estratosféricos, el planeta Venus y otros objetos hechos por la naturaleza o por el hombre. El cielo está lleno de objetos mecánicos. Piensa en lo mucho que hemos de esforzarnos para llevar a cabo el programa de esta base, que no cubre más que unos miles de kilómetros cuadrados allá arriba; constantemente se están enviando aparatos, jets y globos.
Se acercó a la ventana y contempló el hermoso azul del cielo de Nuevo Méjico. El aire era muy claro sobre White Sands; podía ver hasta los montes Sacramento, a cosa de cincuenta y cinco kilómetros de distancia.
—Esta mañana tenemos buen tiempo —añadió, cambiando el tema—. ¿Sigue en pie el programa de lanzamiento de las once?
George dejó el periódico, para acercarse al teletipo.
—Sí Ha llegado la confirmación del control. El blanco despegará a las diez y la hora de lanzamiento son las once. Ha habido un pequeño cambio en las frecuencias del radar; para acoplar a otro programa.
—De acuerdo, pide el parte meteorológico mientras preparo la ceremonia. Si hemos de lanzar a ese pajarito, hay que espabilarse —descolgó el teléfono, marcó un número y recibió la señal de comunicar. Nervioso, volvió a colgar el aparato—. ¡Las líneas siempre ocupadas! ¿Cuándo van a poner más?
—¿Por qué te preocupas tanto por ese proyectil, jefe? Conoces el tipo desde que empezó a construirse —observó George.
—También te preocuparías tú si tuvieras que darle cuenta de tus fracasos a Garson y ya llevamos demasiados.
No le explicó a su ayudante que le preocupaba mucho aquel nuevo misil, tipo Mentor 16. Si había algún fallo iban a decapitarlo. Garson, que dirigía la zona, era hombre difícil.
El proyectil antimisil a cargo de Pete era el mejor de cuantos se habían diseñado. Años de amarga experiencia con cohetes y dispositivos similares habían preparado a los hombres que lo construyeron. Lo habían ensayado con todos los métodos conocidos. Su eficacia estaba más allá de toda duda. Era un sistema perfecto.
Sin embargo, habían fallado. Los primeros diez confirmaron las esperanzas puestas en ellos. Los últimos cinco resultaron un fracaso. El Mentor se había convertido en la "pesadilla de los técnicos".
Cuantos trabajaban con él, comenzaban a odiarlo, con un odio consecuencia de la desconfianza y de la amargura. Todo en el proyectil era perfecto. Las distintas piezas que lo componían eran perfectas. Juntas, debieran funcionar tal como estaba previsto; pero fallaban. Nadie sabía el motivo.
Pete había sospechado con frecuencia que lo que andaba mal era el mecanismo de guía. Era un sistema nuevo y altamente secreto. No dependía del radar, de la luz ni de los rayos infrarrojos. En realidad, no dependía de ninguna radiación electromagnética. El Mentor tenía un detector de materia que lo guiaba. Pete no llegaba a comprender por completo aquel sistema. Sabía que, por algún medio, detectaba la presencia de la materia de un avión, por ejemplo, a efectos de la teoría einsteniana. Einstein, en 1806, hizo algunos cálculos acerca de que la materia desequilibra el espacio con su sola presencia, provocando la gravedad y descomponiendo la luz. Los astrónomos lo demostraron durante un eclipse de Sol. Otros hombres estudiaron esas teorías y, tras haber trabajado con ellas durante años y construido maquetas electrónicas y circuitos, idearon un sistema que podía detectar la presencia de la materia. El Mentor "veía" de este modo. No podían desorientarle. El detector de materia era parte del perfecto proyectil antimisiles.
Y este sistema funcionaba. No quedaba la menor duda. La realidad había forzado a Pete a descartar toda sospecha.
No podía echarse la culpa a nada... excepto a los hombres. Y Garson se la cargaba toda a Pete. Al fin y al cabo, el jefe de pruebas era el responsable; cualquier error era consecuencia de alguna equivocación en los cálculos; así razonaba el superior de Pete.
A éste le habían dado una nueva oportunidad. Hacía días que no dormía. Le dolía el estómago más que de costumbre. Vivía con el Mentor 16 desde que llegó a White Sands.
—¡Blanco se acerca a punto señalado! —anunció el intercomunicador.
La casamata de tiro era un torbellino de actividad. Los hombres trabajaban en sus aparatos, miraban a través de los osciloscopios, medían las líneas zigzagueantes de los mapas y hablaban, hablaban siempre.
—Faltan tres minutos para que llegue.
—Jake, ¿has hecho el cálculo preciso?
—¡Atención, los mandos! ¡No hay viento!
—Proyecto Mentor, aquí control. Tienen vía libre.
—¡No, no! ¡Dejen la señal tal como está!
Pete se hallaba en todas partes, asegurándose de que las operaciones de prevuelo se llevasen a cabo correctamente. Cuando le era posible, seguía cada uno de los preparativos. Fuera, el Mentor 16 descansaba sobre la pista de lanzamiento, con su piel rojiza, demasiado brillante para la mirada humana. Pete lo observó de nuevo a través de los gruesos cristales de la ventana. Sabía que el proyectil estaba en perfectas condiciones. Esta vez, tenía que salir bien.
—¡Blanco en punto convenido!
En el cielo azul de Nuevo Méjico, un jet de bombardeo venía desde el Norte, aproximándose al lugar desde donde el Mentor se elevaría para destruirlo. No llevaba piloto. Otros dos aviones lo iban guiando.
Pete situándose junto al cuadro de mandos, le preguntó a George:
—¿Qué tal ya?
—Bien. Visibilidad excelente. Ni un soplo de aire en la zona.
—¿Radar?
—Dispuestos y en espera de que lancemos al proyectil.
—¿Trayectoria?
—Libre. Los aviones que lo dirigen salen del área de tiro. Depende del control terrestre.
—¡Aquí Proyecto Mentor! —anunció otro hombre a través del micrófono, con los ojos fijos en el reloj—. Se elevará dentro de sesenta segundos. Atención. ¡Sesenta segundos!
La base de White Sands estaba dispuesta para entrar en acción. A lo largo de la extensa pista, los hombres miraban con prismáticos, vigilaban el cielo con el radar y se mantenían junto a los equipos telemétricos. No habían podido descubrir allá arriba más que el blanco solitario. Las carreteras que cruzaban la pista se hallaban interceptadas. Los encargados de seguridad observaban las pantallas de radar, con las manos en las palancas que derribarían al proyectil en caso que se desviara.
—¡Treinta segundos!
—Proyecto Mentor, aquí control... ¡Tienen vía libre!
—Dispuestos para disparar —anunció George con calma.
Pete sacó una llave del bolsillo y la insertó en el cuadro de mandos. George la giró, poniendo en marcha todo el circuito.
—Mecanismo dispuesto.
—Fuego.
—Diez segundos... cinco... cuatro... tres... dos... uno...
¡Boom! El Mentor despegó, lanzándose hacia el espacio en el momento en que pulsaron el disparador. Desapareció del campo visual de Pete, dejando tan solo una nube de polvo marrón. Esquivando los muebles y los aparatos, Pete se encamino al lugar al que el proyectil enviaba informes de su vuelo a través de la radio. Observó la línea de puntos brillantes que iban encendiéndose en la pantalla del osciloscopio.
—¡Proyectil estabilizado! Fin de fase de lanzamiento —anunció alguien.
—El detector entra en funciones —indicó otro—. Va en busca de su blanco.
—Proyecto Mentor, aquí seguridad. Están en buen camino. El proyectil asciende por el centro del área.
Pete sintió una honda satisfacción. Esta vez acertarían.
De pronto:
—¡El proyectil está girando hacia el Este!
—¿Pero qué dicen? ¡Dos señales de captación! ¡Ahí va! ¡Ha captado el blanco! ¡Se lanza sobre la presa! ¡Adelante, pajarito, adelante!
—¡Cázalo, pequeño!
—Señales inconfundibles. ¡Va en busca del blanco!—Proyecto Mentor, aquí seguridad. El proyectil no se lanza sobre el blanco. Se dirige al este del área. Si se desvía mucho, tendremos que derribarlo.
Pete agarró un micrófono.
—Aquí Mentor. ¿Qué blanco ha elegido?
—Ninguno. El que habíamos señalado está en el otro extremo del área. El radar no descubre ninguno.
—Blanco llega a punto señalado —advirtieron desde los aparatos telemétricos—. ¡Señal de alarma! ¡Registrada la detonación! No más señales.
—Radar apagado.
—Blanco cruza zona señalada, sin alteraciones.
—¡Aquí radar! ¡El proyectil no se acercó al blanco!
George abordó a Pete.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué se alejó del blanco? ¿Qué fue lo que lo atrajo?
Pete no lo sabía. El Mentor 18 había, inesperada y súbitamente, fracasado por completo. Dejó el micrófono y salió abatido, a la luz del sol.
¿Qué era lo que esta vez había fallado? El telémetro indicaba que el proyectil se dirigía hacia algo. Pero allí no había nada. ¿Qué le iba a decir a Garson?

Horas más tarde, seguía haciéndose las mismas preguntas, al tiempo que estudiaba los registros telemétricos extendidos sobre su mesa.
—Todo funcionó a la perfección —dijo George midiendo los trazos con un compás.
—Sólo que al fin abandonó el blanco, se fue por otro sitio —respondió Pete desesperado.
—Alguien dijo una vez que este proyectil estaba guiado por un cerebro. Es cierto; tiene un cerebro propio —comentó el joven ingeniero. Examinó de nuevo los trazos.
—Dan lo calculó bien. De lo contrario, lo veríamos aquí. ¿Qué decidimos ahora, Pete? Estaba bien dirigido, se puso en marcha y estalló. ¿Fue un éxito o un fracaso? Todo funcionó bien.
—Mira, jovencito —respondió Pete irritado—, fue un fracaso. Tenemos algunos datos recogidos por el telémetro. No dicen nada. Tenemos los registros del radar, indican hacia dónde fue. Lo perdimos de vista, en cuanto giró. Y el blanco volvió al punto de partida.
—Podía haber sido peor —comentó George—. Imagínate si Garson llega a estar aquí. O que nos hubieran visitado unos representantes del Congreso.
—Sólo me hubiera faltado eso.
George se entretenía enrollando los gráficos del telémetro.
—Es mejor que se los devuelva a su departamento. Hace una hora que los piden a gritos.
—De acuerdo —replicó Pete—. No los necesito.
Comprendió también que ya no lo necesitaban como jefe de pruebas.
Decidió que no sería fácil. Lucharía como fuera. Había algo que falló en el proyectil; lo descubriría. Al fin, iba a tener que enfrentarse a Garson, pero comprobaría cualquier posibilidad. Ya no se trataba tan sólo de su puesto. Tenía la obligación de averiguar qué había ocurrido. Aquello no era lógico.
Llamaron a la puerta.
—¡Adelante!
El capitán de infantería que mandaba el grupo de recuperación se deslizó en el cuarto. Traía una bolsa de colada de grandes dimensiones.
—Hola, Bernie. ¿Te costó mucho reunir las piezas?
—No. —el capitán se acercó a una mesa para depositar la bolsa—. Estábamos debajo mismo. Recuperamos casi el noventa por ciento del proyectil —soltó las cuerdas que cerraban el saco—. También encontramos otras cosas que no formaban parte del Mentor.
Pete se volvió, contemplando lo que el capitán sacara de la bolsa.
—Como ya dije, estábamos debajo —continuó el oficial—. Se estrelló contra algo. No sé lo que sería. No lo vi. Pero cayeron por allí sus pedazos.
La chatarra tenía un brillo extraño, como de perla, Pete nunca había visto algo semejante. La superficie era tan lisa como si la hubiesen pulido, pero donde se resquebrajó a causa del impacto del proyectil, se advertía una extraña estructura cristalina, distinta por completo a cualquier otro metal. Tomó uno de los pedazos, que resultó extraordinariamente liviano. Lo estudió con atención.
Aquello era parte de... algo.
Pete estaba al corriente de los más altos secretos tecnológicos del país. Sabía qué era lo que se ensayaba y lo que se estudiaba. Lo que le habían traído no pertenecía a nada de cuanto tenía noticias.

Más tarde, se encontraba a oscuras en su oficina, contemplando aquellas extrañas piezas que brillaban con una densa luz roja.
El Mentor había atacado algo que nadie pudo ver. Excepto el proyectil. Ni siquiera el radar. El detector de materia, basándose en las leyes naturales, había actuado a la perfección. Incluso, en exceso.
Pete Remmy era un ingeniero experimentado y realista. Hasta entonces, no le habían preocupado gran cosa los informes acerca de extraños objetos en el cielo. Pero ahora todo era distinto.
No le preocupaba que algún avión desorientado hubiese entrado en el área. Tampoco que se tratase de una intromisión de cualquier otro país de la Tierra. Todo esto lo había descartado ya. Esperaba la respuesta desde otra parte.
Y se preguntaba qué iba a explicarle a Garson, con quien le costaba razonar mucho más que consigo mismo. En realidad, ¿qué iba a decirle a nadie?

Algo seguía vigilando desde el cielo. No comprendía a los de abajo, como éstos tampoco lo hubieran comprendido, de conocer la existencia. Pero ahora sí sabía que se enfrentaba con algo imposible de ignorar. No podía calificar de primitiva a una especie que tenía conocimiento del espacio y de la materia.
¿Habría llegado el momento o, por el contrario, continuaría vigilando desde la posición ventajosa que ocupaba en el cielo, posición que, sin embargo, ya no era invulnerable?
Al no comprender la naturaleza humana, tomó su decisión.

FIN




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